Las
instituciones mexicanas han decrecido su popularidad en base a su función como
reguladoras del régimen jurídico nacional. Han fallado como protectoras y
conductoras de las normas sociales y jurídicas que rigen nuestro sistema. Ello
ha generado un descontento masivo de los gobernados, en especial, por la falta
de visión por parte del Ejecutivo nacional y la ineficiencia del poder
Legislativo federal. Pero ello, no nos debe llevar a creer que es menester
generar un movimiento revolucionario para cambiar el rumbo del país. Tal
hipótesis ya esta fuera de nuestro alcance ya que en este siglo XXI, no podemos
seguir creyendo en un cambio generacional, cuando nuestro pensamiento esta
lleno de apatía, ingenuidad y odio. La revolución fue sólo una, lo que sigue,
es sólo el cambio, nada más.
En
medio de maestros que intentan defender sus derechos laborales a costa de los
derechos a la educación, plasmados en el numeral tercero constitucional, se
crea un panorama poco alentador para la evolución académica y científica de
México. En cambio, eso no debe significar una barrera al progreso, sino un
impulso más para el férreo desarrollo estudiantil.
Es
de reconocer, que la clase estudiantil de México, siempre ha sido la impulsora
de grandes cambios en la vida de esta sociedad. Pero hay que entender que la
lucha, no se debe dar en las calles, sino en las aulas.
Siempre
nos quejamos de los docentes por su incompetencia, su falta de compromiso y
hasta su ignorancia, siendo que lo que ha generado buenos profesionistas, es la
necesidad de aprender y no la “posibilidad de aprender”.
La
visión de una buena educación, como una prerrogativa clasista, debe desaparecer
ya que la buena educación se la dan los mismos alumnos, esforzándose en su
quehacer académico, a sabiendas que algún día serán los responsables de llevar
el pan a su casa. Y así como aplica el esfuerzo y al auto compromiso para la
educación, así lo debe ser para con las demás actividades de la vida.
Se
debe dejar de culpar a las instituciones de la mala calidad de vida; se debe
dejar de usar de pretexto al Presidente que tenemos para justificar nuestra
mala racha. De igual forma, hay que dejar de mantener ese respeto infundado a
las instituciones, hay que dejar de verlas como pilares de la sociedad y
comenzar a conceptualizarlas como meras herramientas ciudadanas.
Ya
dejemos de culpar a los gobiernos, ya dejemos de buscar solución en las calles
(eso va para los maestros); la revolución está en uno mismo y no en aquella
falsa revolución en la que nos quieren incluir. Dejemos de pelear guerras
ajenas, renunciemos al conformismo y comprometámonos con nosotros, con nuestro mismo
ser, respetémonos, no nos despreciemos, demos la mano a quien lo necesite,
tengamos principios, tengamos prioridades; por que un humano sin prioridades,
dista mucho de serlo.
Al
final, todo es parte de un gran plan, donde el gran spoiler de la vida, es que todos vamos hacia el mismo lugar.
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